Las palabras fluyen como pompas de jabón, atraviesan el tiempo y se instalan ante vos, esperando que algún tipo de reacción sea respuesta a la angustia que provoca la incomodidad.
Darío Sztajnszrajber y su elenco lo volvieron a lograr: con Salir de la caverna, proponen un mundo distinto, donde la filosofía y el rock hacen causa común, combinándose en aras de algún tipo de transformación tan urgente como necesaria.
El artista irrumpe en un escenario colmado de gente y anticipa que el espectáculo tratará sobre la desmitificación: ¿por qué todo tiene que servir para algo?
La filosofía no resuelve problemas; por el contrario, los crea.
Es así desde hace dos mil quinientos años y continuará de esa forma por los siglos de los siglos.
Interpelando.
Molestando.
Acechando.
«¿Cuál fue la primera pregunta filosófica que te formulaste?»
Entonces, el público levanta la mano; y Darío se acerca para ceder momentáneamente su micrófono.
Rápidamente, los comentarios se van sumando:
Acerca del amor, la muerte, la libertad, el poder, la identidad, la sexualidad, la vida, la verdad, y mucho más.
Darío no tiene respuesta para todos, sino que devuelve preguntas e interpretaciones; y en los separadores de cada temática propuesta, se abre una veta musical en que grandes simples del cancionero popular de los argentinos aparecen enlazados como parte del problema: entonces, suenan Charly García, Spinetta, Cerati, Los Redondos; todos con letras alusivas a los interrogantes devenidos instancias filosóficas.
La filosofía de Sztanszrajber oscila entre el existencialismo y el nihilismo, pero siempre encontrando el humor como salida.
«La angustia tiene que ver con el estómago; por eso cuando la gente se angustia, come». Y todos ríen.
Somos el aquí y el ahora, ¿pero cómo podemos estar tan seguros?
«Cuando se llega a una certeza o se cree conocer algo, uno tiene la sensación de estar más tranquilo».
La finitud de la vida nos impone tomar decisiones, ¿pero el ser humano es la única especie que puede pensar?
«Todos nos podríamos morir en cualquier instante; incluso, ahora», dice el filósofo para que el silencio sea poderoso.
Y, sí. La muerte y la sexualidad, dos enigmas que no tienen resolución y dotan de sentido a la existencia.
Darío recupera el mito de la caverna para enseñarnos acerca de la vigencia del relato: unos prisioneros encadenados, contra una pared, mirando sombras que se proyectan por la luz de un fuego; así durante días, semanas, meses, años. Hasta que uno se da vuelta y sale.
«¿Ustedes qué harían? Levante la mano quién se iría a recorrer el mundo… Y ahora, levante la mano quién volvería para ayudar al resto».
La respuesta es dividida.
Sigue Darío: «Yo me iría a dar una vuelta un par de años y después volvería a rescatar al resto, total hay tiempo».
El tiempo.
Qué pregunta.
Una invención humana, una conciencia de que todo se termina, de que es inevitable y también relativo.
La caverna es un espacio subterráneo que convierte a Platón en «el inventor de la televisión«. Y todos estallan en una carcajada.
De repente, la pantalla grande. «¿Vieron Matrix? La primera es Marx, la segunda es Foucault, y la tercera… Buda«.
La gente devuelve un aplauso que aturde.
«Una vez tuve un alumno en el secundario que era abanderado y en mi primera clase dijo: ´Profesor, para mí su materia no sirve para nada´. Terminó estudiando Economía. O se lo felicitaba por sincero o se lo cuestionaba por su mala predisposición. O sea, para calificarlo: ó 1 ó 10, pero nunca 5».
El espectador se siente contenido. Alguien lo lleva de la mano rescatándolo de sus cavernas, «pero nunca olvidemos que tal vez hayan cavernas más profundas que nos están esperando».
En el reino de la confusión, de la tristeza, de la desolación, estamos llenos de cadenas que nos atan a los estereotipos, a las obligaciones, a la alienación.
«De última, como decía Marechal: ¿cómo se sale de los laberintos? Por arriba».
Brilla Darío y su gente, todos junto a Baudelaire: el flaneur por excelencia (aquel que sólo se dedica a pasear o a dar algunas vueltas).
Salimos todos de la caverna.
¿Que otras más nos esperan?
Sí, pero al menos ya estamos advertidos, porque «donde hay poder hay resistencia«.
Foto: Diario El Día (La Plata)