La bandera a media asta sintetiza el dolor de toda una comunidad. Durante unos días, el Colegio Nacional Rafael Hernández de La Plata -uno de los más emblemáticos de la ciudad- permaneció a puertas cerradas luego de ese acontecimiento que ya marca un antes y un después en la vida de propios y ajenos; pero que, en la construcción colectiva de una universalidad, involucra a todos.
Hoy se cumple una semana del hecho fatídico que no tuvo retorno. Una estudiante de 15 años de edad, en plena clase, ante sus compañeros y una docente a cargo, decidió tomar un arma que extrajo de su mochila para dispararse a sí misma. Hubo una herida con orificios de entrada y de salida; y otra herida más -no menos importante- que desde entonces se instala en el corazón de personas que se encuentran ante la consternación y la incredulidad, el asombro y el dolor, el llanto y la desesperación.
Rápidamente, el accionar. Llegó la ambulancia, se dio aviso a la policía. Actuaron con eficiencia y criterio, extremando sus esfuerzos para salvar la vida de una joven que permaneció en coma durante cuatro días hasta que ya no se pudo hacer más nada. Y en ese devenir, casi a modo de paradoja, la conjunción de las tres principales funciones del Estado: salud, seguridad, educación.
Mientras tanto, los medios locales se encargaron de dar a conocer una noticia que, sin dudas, ameritaba estar en la primera plana de los portales de difusión masiva; y así fue cómo la reconstrucción del episodio, junto al minuto a minuto, fueron copando las redacciones, editoriales, radios y sitios de Internet de los medios nacionales.
Aquí es preciso detenerse: no solamente en el hecho de público conocimiento, sino también en su amplificación y repercusión.
¿Qué determina que un suceso alcance la categoría de noticia? ¿Cuál es el sentido de informar: contar, educar, vender, difundir? ¿Cómo puede ser que, detrás de la primicia, haya un trato cuanto menos irresponsable de un acontecimiento tan sensible para la comunidad? ¿Por qué se habló tan abiertamente de bullying desde el desconocimiento? ¿En qué suma mostrar el morbo de las imágenes de un revólver, una mochila y una pared manchada con sangre? ¿Quién se hace cargo de las fotografías de menores de edad sin pixelar? ¿Nadie se dio cuenta de cerrar los comentarios de los principales portales digitales, en donde se leían barbaridades que, además de distorsionar los hechos, juzgaban a la víctima, condenaban a su entorno más cercano y repudiaban a la institución? ¿Opinar de cualquier cosa y sin medir las consecuencias debe hacerse en nombre de la libertad de expresión?
Aun así, sería inútil poner la vara únicamente en el accionar de los medios masivos de comunicación. También, en cuestionar la educación y todo ese imaginario social que la maltrata y denosta, como si fuera la causa de todos los males habidos y por haber en nuestra sociedad.
El problema es mucho más complejo y nos interpela a todos.
En algo hemos fracasado como cuerpo social si alguien toma la drástica decisión de no querer vivir más en este mundo y ejecuta su adiós en un lugar tan significativo como la segunda célula básica después de la familia.
Esta tragedia expone la fragilidad de los lazos, en cuyas escisiones crece el desapego desde mínimas manifestaciones de rebeldía o incomodidad hasta la exteriorización de la situación más límite de todas: enfrentarse a la muerte.
Es injusto que las escuelas deban cargar con toda la consecuencia a cuestas, siendo responsable o culpable por lo que pasa o deja de pasar. Igualmente, es evidente su dificultad -cada vez más notoria- de poder responder a todas las demandas; incluidas, aquellas que exceden a su propio ámbito.
El suicidio de una estudiante genera conmoción y muchas dudas; también miedos. ¿Cómo hacer para tratar estos temas en la escuela? ¿De qué manera generar dispositivos de contención y prevención si en muchos casos no hay gente capacitada para tal propósito? ¿Alcanza solamente con hablar? ¿Callar no es ser cómplice de una situación que bajo ningún punto de vista debería ser ignorada?
No se puede responder a todo y de manera inmediata.
El hecho está entre nosotros.
Una adolescente dejó su vida voluntariamente.
Fueron muchos los que lo han hecho con anterioridad.
Procuremos que no haya más que lamentar en el futuro.
Un gran y respetuoso abrazo a la familia de Lara, sus compañeros, docentes, y toda la comunidad educativa del Colegio Nacional Rafael Hernández en este difícil momento.
Foto: http://www.eldia.com