Se cumplen diez años del triste adiós de Roberto Fontanarrosa, humorista gráfico, historietista, hombre de las letras y el humor, referente de la cultura popular.
El Negro fue de esas excepciones que aparecen cada tanto, un crack de todas las épocas, testigo presencial de las mil caras de una Argentina con menos aciertos que virtudes, y más frustraciones que sueños.
Fanático de Rosario Central antes que del fútbol en general, su obra está integrada por reconocibles personajes que ya forman parte del imaginario colectivo: el gaucho Inodoro Pereyra (retorcido y mal hablado) junto a su perro inseparable Mendieta (ácido y picante en sus acotaciones); Booggie, el Aceitoso (un hombre de mala fama, matoncito vinculado al siniestro mundo de lo turbio); y tantos otros integrantes de un universo particular, mitológico, maravilloso: todos ellos, llamados a hacer reír, informar, entretener; porque el Negro habló de todo, desde política y espectáculos hasta problemáticas sociales sociales y masivas.
Le puso rostro y voz a generaciones. Desde la contratapa de Clarín, ilustró el pulso de una sociedad controversial.
Fontanarrosa es referente más allá de la tarea gráfica. Su nutrida producción se compone de numerosos libros de cuentos (muchos de ellos, adaptados al teatro) y algunas novelas. Aun así, el canon literario lo ha mirado con recelo y no le ha otorgado el estatus que sin lugar a dudas debió haber merecido: quizás por eso, su desquite haya sido en un Congreso de la Lengua organizado en su Rosario natal en 2004, cuando expuso una disertación haciendo eje en el uso de las malas palabras.
Así era el Negro.
Audaz, tímido y con mucha diversión. Célebre por romper las reglas, innovar, generar algo distinto.
Perteneció a una raza de pintorescos humoristas que ya no abundan por estos tiempos: sentado en la misma mesa que Osvaldo Soriano y Caloi, también pudo abrazar a Juan Sasturain.
Retrató como pocos la idiosincrasia nacional de los últimos cincuenta años.
Nos puso en el espejo.
Nos devolvió la mirada.
Nos descubrió miserias.
Nos invitó a ser amigos.
Eternamente intacto en la memoria de todos: los propios y ajenos.
Roberto Fontanarrosa es un artista cuya obra habla por sí sola y que, seguramente, será aún más valorada con el correr del tiempo.
Foto: http://www.twitter.com/carasycaretastw