Qué poco saben de filosofía quienes se toman el atrevimiento de menospreciarla y negarla hasta matarla.
Porque nada entienden si creen que se trata de un saber inútil que ha quedado obsoleto, perdido en el olvido, siendo -ahora sí- merecedor de una condena: ser eliminada de los sistemas educativos oficiales; arrasada de los bachilleratos; denostada por aquellos que tienen otra concepción del mundo más cercana a los caprichos de la tecnociencia y su lógica de aumular, producir, consumir.
La crisis nace en España.
Repercute en Brasil.
Sacude a Chile.
Golpea a la Región porque se pone en duda uno de los principales pilares de la cultura occidental, acaso aquél que puede cuestionar el orden vigente, oponerse a los imperialismos y defender la diversidad en un escenario de vencedores y vencidos donde el nosotros lucha cuerpo a cuerpo con los otros.
Qué poco saben de filosofía los ociosos eruditos, acumuladores de lecturas y teorías pero ineptos a la hora de socializar las bondades de una disciplina que podría transformar la vida siempre y cuando haya pasaje de las palabras a la acción.
Quizás sean ellos, los excelentes y notables académicos, que en su verba inmaculada, ajena a toda salpicadura reaccionaria, persistan obstinados en su matriz conservadora, poniéndose en el lugar excluyente del saber, transitando por aquellas vías situadas muy lejos del vulgo.
Incapaces de invitar y generar sentidos.
De volver cotidiana y necesaria algunas perspectivas que podrían ayudar a vivir mejor.
Son egoístas burócratas de los conceptos aquellos permanecen atildados sin ceder los puestos de sus sillas.
Hasta que un día llega el cachetazo y aparece en escena un tal Eduardo Fernández Rubiño, rebelde con causa.
Estudiante de Filosofía y diputado por el partido español Podemos.
Activista y comprometido.
Curtido tanto en el arte del habla como el de la agitación política.
Entonces, lleva a cabo una memorable disertación ante un auditorio en un parlamento.
Defendiendo con pasión y argumentos el derecho a la filosofía, consagrado por la UNESCO como un supremo valor para la ciudadanía.
El joven cita autores.
Explica.
Cuestiona.
Interpela.
Y destaca que la filosofía es un saber que involucra a todos, necesario para comprender la vida efímera que pasa.
Que llega y se va.
Que es un misterio.
Que forma parte de un corpus de conocimientos capaz de darle orden y cuerda al universo.
Las cartas están sobre la mesa.
Permanecer o resistir.
Nunca callar.
Qué poco saben de filosofía los que ven en ella una amenaza y nunca una oportunidad.
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