El encuentro sucede en la Escuela de Educación Especial 538 de la ciudad de La Plata, pero podría ser en cualquier otro rincón de este país.
Con motivo de despedir el año, se invita a toda la comunidad educativa a participar: así es cómo van llegando padres, familiares, amigos, conocidos, autoridades y diversos actores sociales que dan vida a una institución.
En el patio hay algunas hamacas, varias sillas dispuestas para la ocasión y un momento agradable que da lugar al intercambio de un conjunto de historias que no solamente llegan al corazón sino también que lo trascienden.
Se anuncia un concurso de talentos del que participan maestras y estudiantes en su artístico rol de conductores, jurados, artistas, bailarines, cantantes, y demás.
Pero antes, entra la bandera de ceremonia.
Se entona el himno.
Se saluda.
Se interactúa con la gente.
El espíritu de comunidad abraza a cada uno de los concurrentes, fieles testigos de un tiempo que parece detenerse para entrar en diálogo consigo mismo y el entorno.
Hay agradecimiento.
Expresión.
Sinceridad.
Un ámbito que arropa a personas especiales con tal o cual discapacidad, pero que no por eso dejan de ser -justamente- personas.
La sonrisa es de chicos a quienes se les da una cálida despedida.
El amor que encuentra a aquellos que son bien atendidos, cuidados y acompañados por un conjunto de maestras que saben lo que hacen y experimentan una profunda vocación al servicio de toda una comunidad.
Todos se acercan para sacarse fotos y registrar esos instantes que de tan únicos ya no volverán, sino que pasarán a formar parte de un pasado hecho memoria: los caminos de vida que nos constituye.
Al final hay una torta que lleva una mamá.
Una feria de artesanías y regalos para las Fiestas que están por comenzar.
Y el hasta luego de un conjunto de profesionales que asumen el compromiso de estar disponibles para lo que cualquiera necesite.
Conozco esta escuela desde 2013, cuando por intermedio del hijo de una maestra que trabaja allí, llevamos adelante un proyecto para integrar la escuela común a la especial.
Desde entonces, el vínculo perdura.
Se mantiene.
Se encamina.
Se resignifica.
A más de tres años de caminar esos pasillos, volver como invitado es la confirmación de que la escuela es dignidad, posibilidad de ser, pertenecer y amar; y que una de las sensaciones más emocionantes de la vida es poder construir comunidad y crecer juntos.