En 2007, el Congreso de la Nación consagró el 10 de diciembre como el Día de la Restauración de la Democracia. Que sea ley constituye un derecho (valorar la dimensión del acontecimiento que alude a la asunción de Raúl Alfonsín en 1983, tras los oscuros años de la última Dictadura Cívico Militar) y una obligación (defender la causa por sobre todas las dimensiones de la vida política y social).
Seis años antes -en 2001-, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decretó la misma fecha como el Día Internacional de los Derechos Humanos.
Ambos acontecimientos comparten un punto importante: el mundo es un lugar hostil que requiere de reglas, normas y leyes, como garantía para humanizarse; pero tal es el riesgo de no poder lograrlo que las acciones colectivas deben salir al rescate de la historia y la memoria: recordar lo triste y lamentable del pasado para no volver a repetirlo, significar lo valioso de las conductas que dignifican y también hermanan a los pueblos.
Es curioso cómo en Argentina los feriados están vinculados generalmente a episodios de duelo: se conmemoran el Día de la Memoria, el del Veterano de Guerra, y otros más que homenajean las muertes y no los nacimientos de personalidades como Belgrano y San Martín. En cambio, se celebran las festividades de la Revolución de Mayo y la Independencia. ¿Acaso no debería consagrarse el 10 de diciembre como otro acontecimiento a destacar? ¿No es la democracia una conquista social que en reiteradas ocasiones ha sido violentada en nuestra historia?
Por otra parte, el Día Internacional de los Derechos Humanos evoca la aprobación que en 1950 se hizo de aquellas leyes internacionales que desde 1948 velan por la integridad de todas las personas en tanto seres humanos.
Sin embargo, ambos sucesos deben ser también inspiración para reflexionar activamente acerca de un conjunto de debilidades que aún no resuelven diversas problemáticas de fondo.
En el caso de nuestro país, la democracia está consolidada como régimen político, pero todavía tiene grandes cuentas pendientes en cuestiones referidas a salud, educación, seguridad, justicia y empleo, entre otros.
A nivel mundial, las atrocidades siguen marcando la orden del día, con atentados terroristas, pobreza extrema en varios lugares, explotaciones varias, redes de delincuencia y grandes poblaciones que no pueden vencer el hambre, por citar algunos ejemplos.
Está claro que las leyes ayudan, pero con ellas solas no alcanzan. Por tal motivo, es imprescindible empoderar el campo de la praxis.
El compromiso debe ser de todos, sin delegar un milagro en aquellos países industrializados que dan fundamento a un perverso capitalismo en cuyo sistema cada vez son menos lo que tienen más y muchos más los que tienen menos.
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