(Al doctor Carlos Gallina Nanni
y a la memoria de Alejandro Sarriés:
por su profesionalismo y humanidad,
y por todo el acompañamiento a la familia).
Todos los 3 de diciembre, Argentina y otros países de América Latina celebran el Día del Médico, homenaje que surge en virtud de los aportes que el científico cubano Carlos Juan Finlay hizo a la salud al descubrir las causas que genera la fiebre amarilla.
Más allá de ese merecido reconocimiento, también se hace imprescindible ampliar la mirada y visibilizar los aportes que realizan a diario los profesionales de la Medicina en la sociedad.
Muchas veces trabajando en condiciones adversas, con pacientes en situaciones urgentes y demandas que exceden su propio horario de trabajo, los médicos llevan adelante la defensa a la salud, uno de las principales deberes del Estado.
Sin embargo, ese derecho adquirido -que también significa y representa una conquista social para cada habitante de nuestro país- recurrentemente es vulnerado al no poder ofrecerse ni siquiera condiciones mínimas que garanticen la excelencia de un servicio que procura no solamente curar enfermedades sino, por sobre todas las motivaciones, salvar vidas.
El área de la salud pública en Argentina está en riesgo, atravesando diversas dificultades que perjudican a la población.
Los médicos están solos y además mal pagos, teniendo que hacer frente a otras demandas que atentan contra su principal labor profesional: se registran numerosos casos de inseguridades en los hospitales y de una infraestructura muy precaria que no alienta esperanzas de vida en los pacientes.
Además de tratar y curar a los enfermos, los médicos cumplen con la misión de acompañar el dolor físico y espiritual de personas que sufren al no poder reponerse o de familias que en diversos momentos tendrán que enfrentar el peor de los desenlaces para cualquier ser humano: el de su adiós.
Sin embargo, es preciso señalar que también los médicos logran recuperar a damnificados que vuelven a nacer, devolviendo alegría y bienestar a ciudadanos que superan -total o parcialmente- el malestar que los aqueja; y eso, desde ya, constituye una bendición.
Cabe preguntarse, entonces, quién cuida a los médicos y los sostiene, cómo logran también ellos sobrevivir a sus propios tormentos e impotencias, mientras hacen lo imposible para cumplir su juramento.
Una manera de arroparlos es propiciar políticas de Estado que jerarquicen la salud: fomentar centros de estudios con adecuadas instalaciones y competentes profesionales, buscando estrategias presupuestarias y humanas que permitan formar futuros especialistas en disciplinas a la que no todos pueden acceder.
La salud es de todos y entre todos debemos defenderla.
Un abrazo grande para todos los médicos de nuestro país.
Foto: http://www.barilocheopina.com