Por iniciativa de la UNESCO, cada tercer jueves de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía, suceso que intenta rescatar los valores de un saber conducente a hermanar a los pueblos, fomentar el respeto en la diversidad y fortalecer las autonomías. En efecto, el acto de pensar y preguntarse son cualidades específicamente del hombre, lo cual conduciría a su propia facultad de humanizarse.
Este acontecimiento no es menor en un contexto crítico para un saber que históricamente tiene dificultades para legitimarse a sí mismo; y como tal, algunos países la quitaron de sus planes de estudios en la escuela secundaria mientras otros se plantean la posibilidad de hacer lo mismo.
Probablemente, una de las principales críticas negativas que se le haga a la filosofía sea su carácter de inútil e improductiva; constituyéndose como un saber contracultural a los tiempos actuales.
De todos modos, algo debería llevar a preguntarse qué se espera de la filosofía: si la pensamos en términos solemnes y puramente intelectuales, ajenas a las realidades de los interlocutores, entonces sí: corre riesgo de de legitimación.
Ahora bien, si se la concibe como una instancia de transformación y cambio social, capaz de ayudar a vivir mejor, entonces el panorama puede ser distinto y favorable para una disciplina que debería abarcar todas las dimensiones de la vida.
¿Cómo puede ser que un cuerpo de saberes tan amplio y rico en aportes sea rechazado y quede encerrado en las academias o en un selecto grupo de elegidos que, lejos de compartir sus conocimientos, los mezquinan?
Se necesita de acciones colectivas entre los profesionales de la filosofía para que ella vuelva a salir a la calle, para que tenga sentido, para que integre al común de la sociedad haciendo recapacitar a las clases más pudientes y permitiendo creer que otro mundo es posible a los sectores vulnerables.
La filosofía tiene que dejar de ser egoísta y dueña de mentes tan iluminadas como individualistas. Se requiere humildad y sentido común, respeto y solidaridad, entusiasmo y coherencia en las acciones.
Para que alguna vez gane consenso la filosofía como un saber agradable e interesante, se necesita de conciencia y compromiso; también, de cuestionar algunas ideas instaladas. En principio, poner en duda el hecho de que ella no es de los filósofos sino de todos.
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