EL programa ESI y las adicciones

Son tiempos difíciles para la juventud (¿cuándo no lo ha sido?): llegan mensajes distintos, confusos, que irrumpen sin dar lugar a muchas opciones, como si lo único que importara fuera el placer por el placer mismo, en términos individuales y egoístas, presentándose al modo de una aspiración capaz de darle sentido a una vida que sucede demasiado rápido.

Nos venden un mundo que expone cuerpos esbeltos y denigra a quienes no lo tienen: ¿acaso podríamos ser inocentes a la hora de entender todo el imperio que moviliza a la muñeca Barby, un juguete ideológico, con una clara intencionalidad de imposición a la hora de evaluarse la belleza?

Deberíamos tener en cuenta que la sexualidad (abordada desde el programa ESI en las escuelas de la provincia de Buenos Aires) es un asunto muy complejo, ajeno a la inmediatez de cualquier clic de distancia:

Se la puede abordar desde un punto de vista biológico, sí; quizás lo primero que nos viene a la mente. De algún lado vienen los bebés pero también las enfermedades, los cambios en el cuerpo (esos que asustan, duelen, cuestan, pero también se pueden disfrutar como una etapa necesaria de la vida), y la constitución en hombres y mujeres cuando dejamos la niñez. El problema tal vez sea cuando se habla mucho de sexo y tan poco de amor. Ciertos sectores de la sociedad nos enseñan a “cuidarnos” de tal forma obviando que hay heridas muy latentes.

Por eso, desde un aspecto espiritual, el cuidado del otro tiene que ver con la contención, la afectividad, la posibilidad de ser junto a personas a quienes respetar y amar. Darle lugar a los sentimientos que tenemos, a la privacidad de nuestra intimidad y no a la exposición desenfrenada de cada inclinación que nos sucede a cada instante.

En una mirada social, la sexualidad podría tener que ver con la integración de las personas y la idea de familia, una invitación a pensarnos como personas en relación con otras, que sienten alegría y dolor, que están atravesadas por circunstancias distintas y comunes. Y que en estos tiempos, debe prestar mucha atención a asuntos que representan injusticias e indignidades: la violencia y el maltrato, la trata de personas, la prostitución, entre otros tantos asuntos.

Todas estas circunstancias son dimensiones que impactan en nuestra personalidad: psicológicamente, nos vamos formando a partir de nuestro ser y estar en este mundo, de aquellos aprendizajes y experiencias que nos van constituyendo.

Pero en esa búsqueda de la felicidad asociada al éxito, corremos riesgo de frustrarnos, de ser incomprendidos, de no encontrar sentido ni paciencia a lo que nos ocurre. Un vacío interior nos recorre cuando se accede por curiosidad o imposición al universo de las drogas sociales: es la necesidad de experimentar algo distinto, de crear una fantasía que cae por su propio peso, que nos hace cada vez más miserables por alejarnos de nuestros seres queridos; y peor aún, de nosotros mismos.

Algo que conmueva debe suceder. Debemos tenerlo muy presente. Ningún problema es tan terrible como aquel que nos induce al infierno de las drogas, que implica despersonalización, oscuridad, tristeza, desolación. Si hemos de buscar soluciones, es inútil recurrir a aquello que muy lejos está de generarlas.

Cada uno asistirá a la libertad de ser devoto o no, de creer en algo más, de incorporar a Dios en su vida o simplemente ignorar esas oportunidad; pero en cualquiera de los casos, la dimensión espiritual apuesta al amor y al cuidado del otro, al respeto y los sentimientos, a la chance de pensar la vida como encuentro y contención, no como rechazo y discriminación.

Que estos temas siempre sean una invitación a pensarnos desde otro lugar: a confirmar o reconsiderar ideas, a preguntar, informarse, hablar en familia; en definitiva, a ser responsables con la propia vida y con la de los demás.

Foto: http://www.imjuventud.mx

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