La escuela como factor de inclusión

Por más brillantes que sean, puede resultar contraproducente admirar los modelos de educación de países desarrollados como Suiza y Finlandia, lamentándose por no ser como ellos; así como también, idealizar otras propuestas de diversos rincones del planeta, que poco y nada tienen que ver con aspectos coyunturales de nuestra Argentina.

Es posible considerar que nadie conoce mejor las necesidades de una población que sus propios integrantes; haciendo referencia, más particularmente, a aquellos que son especialistas en la materia.

Por tal motivo, será preciso atender al contexto; y en ese sentido, revisar y repensar las iniciativas consideradas en las actuales leyes destinadas a una de las principales funciones del Estado: la educación.

Desde que se sancionó la Ley de Educación Provincial (Buenos Aires) nro 13688, vigente desde 2007, existe una clara intencionalidad política de superar las fragmentaciones que en este ámbito siempre ha tenido como protagonistas a las jóvenes generaciones. Por eso, el término clave es inclusión, entendida como una acción que busca integrar en la diversidad, apelando al reconocimiento del otro como tal, siempre en busca de aceptar las diferencias al mismo tiempo de encontrar algo común en el fomento y promoción de valores como la solidaridad, la igualdad, la identidad, entre muchos tantos otros más.

A casi una década de su sanción, la ley mencionada todavía es susceptible de generar fuertes adhesiones así como también intensas controversias: por un lado, hay quienes ven en la inclusión la esperanza muchas veces negada de poder acceder a una sociedad más justa e igualitaria; y por el otro, se instala un rechazo que conduce al facilismo de considerar, por caso, a la escuela como una institución que retiene a los estudiantes hasta que alguna vez terminen de pasar, casi a modo de decreto, por los distintos niveles, garantizando así un ingreso, paso y egreso que no se corresponderían con las exigencias propias de la meritocracia (que, vale aclarar, dejan de lado la realidad de que no todos tienen las mismas oportunidades).

Seguramente, haya argumentos para estar con una u otra postura; pero en cualquiera de los casos, el debate que se impone es mucho más amplio y complejo.

La escuela inclusiva tiene que ver con la restitución de un conjunto de derechos que paulatinamente se empezaron a negar, especialmente en el marco del auge y desarrollo de políticas neoliberales. Asimismo, da la posibilidad de que distintas personas con discapacidades puedan trascender las fronteras de la escuela especial y acceder a la escuela común.

Ahora bien, ¿cuál son los principales obstáculos?

En principio, algunas carencias que surgen en una primera mención: falta de capacitación (docentes que no están preparados para hacer la integración), de presupuesto (recursos económicos ausentes para darle legitimidad real a los proyectos), de infraestructura (ausencia de condiciones que permitan garantizar la dignidad de personas con discapacidades). Porque la ley está, claro; pero no alcanza con que ella exista para que se cumplan todos (o gran parte de) sus propósitos. De cualquier manera, es preferible destacar la importancia de su sanción e implementación; después, será cuestión de cómo intervienen los actores involucrados para darle sentido y sustento a una propuesta que sin lugar a dudas representa una conquista social.

No se puede denostar a la inclusión como sinónimo de políticas populistas; pues ello, en todo caso, sería ver lo negativo de forma parcializada y, por qué no también, prejuiciosa.

La inclusión ofrece la posibilidad de ser a muchas personas especiales, que por el sólo hecho de ser personas, tienen el derecho de acceder a diversas oportunidades que respeten y valoren sus condiciones particulares, sin que ello se vuelva impedimento para promover su desarrollo e integración.

La escuela como factor de inclusión debe defenderse a cada instante; porque aún con sus dificultades y limitaciones, todavía representa y significa una dimensión de resistencia ante aquellos sectores de la sociedad que solamente ven una parte de la realidad y no la totalidad de lo que sucede, ante lo cual cabría preguntarse, muy respetuosamente, si no es una discapacidad el hecho de pensar solamente en uno mismo, dejándose así de lado al otro.

Foto: http://www.soluciones.org.ar

sendradiscapacidad

 

 

 


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