Argentina es grande y fue rica, tuvo un momento de auge que no supo sostener; y a varias décadas de su mayor expansión con políticas de Estado vinculadas al desarrollo, hoy lamenta la crítica situación de medidas que le habrían garantizado un crecimiento sostenido.
Hablamos, por ejemplo, del tren. Las vías al costado del camino que unieron distancias, integraron comunidades distintas y ampliaron las arcas de las economías.
Pero algo pasó, porque desde las continuos vaivenes de los gobiernos de turno, se dejó sin efecto el valor de la industria.
Se aclara que el problema no es de ahora ni de hace poco. Lleva décadas y es complejo de poder comprender. Aun así, vale el intento.
En muchas regiones del país, el ferrocarril forma parte de un lindo recuerdo que actualmente se encuentra en la preocupación de algunos, esperando respuestas colectivas de sectores dirigentes que sin lugar a dudas no lo cuentan entre sus prioridades.
Un caso testigo es el de la Estación Meridiano V, situada en La Plata. En abril de 2015 cumplió un siglo de vida; y a tanto tiempo de haber nacido, vecinos se congregan para dar validez y testimonio a un patrimonio que debe regresar.
Es interesante la labor de los particulares, porque construyen comunidad allí donde el Estado -por ignorancia, impericia o negligencia- no está llegando.
La resignificación del espacio ferroviario deviene hoy centro cultural; es decir, lugar de resistencia y memoria, de acción colectiva e impulso político.
El paisaje es desolador porque mientras algunos voluntarios arreglan vagones -sin contar aquellos que, lamentablemente, son irrecuperables-, las vías están tapadas por el crecimiento de la maleza que crece. Existe deterioro y abandono. Sin embargo, hay gente que se dedica al cuidado y su mantenimiento, aguardando que algún guiño del destino se interponga dando así señales de esperanza.
Hay varios motivos por los cuales defender la presencia del tren: se trata de un transporte ecológico (sus registros de contaminación son menores a otros), económico (reactiva la industria), con implicancias geográficas (integra poblaciones que de lo contrario están condenadas al olvido y la desaparición), sociales (comunica a un país de grandes dimensiones), y culturales (se defienden derechos humanos como el de la vivienda, el trabajo y los valores de cada sector), entre otros.
Entonces, si así resultara sencillo el análisis, ¿qué es lo que impide el regreso del ferrocarril?
No existe una única respuesta, porque en la explicación se podría explicar todo o no decir nada.
Tal vez sean los intereses económicos y políticos: por un lado, el gremio de los camioneros y colectivos de larga distancia juegan su propio partido; y por el otro, los gobiernos tejen alianzas con empresas extranjeras, que siempre están al acecho para generar colonias de sumisiones a los fines de favorecer sus beneficios particulares.
¿Desde cuándo existen los colectivos de larga distancia de dos pisos? Desde la década del 90, aquella caracterizada por las políticas neoliberales. Con transportes más pesados, las rutas se dañan; por lo tanto, hay que invertir en su reparación. Y eso, se sabe, lleva un costo que empobrece a muchos y enriquece a muy pocos.
¿Y qué pasa con los materiales que posibilitan el funcionamiento del ferrocarril (los vagones, las vías, los durmientes, el hierro, y demás)? Seguramente, sean redituables para otros anónimos que viven de la desgracia ajena.
Los vecinos del Barrio Meridiano V de La Plata están comprometidos y su lucha es la de todos. Cuentan que, en su momento, alrededor de seis mil personas trabajaban en el tren; si se hace la proyección de una familia tipo, estamos hablando de más de veinte mil habitantes en condiciones de tener trabajo, vivienda, comida.
No es para nada exagerado pensar que los ferrocarriles sin uso constituyen un atentado contra varios derechos humanos.
Foto: http://www.infoblancosobrenegro.com
Coincido, salvo en un punto: cuando hablamos de que la culpa la tuvieron «las políticas Neoliberales» incurrimos en una abstracción, carente de sentido a los efectos de reconocer una realidad de la cual fuimos ABSOLUTAMENTE RESPONSABLES. Nuestra recurrencia autodestructiva no se debe a «Políticas Neoliberales», ni «sistemas maléficos». No señor, se debe a la mala fe de individuos a los que nuestra «ingenuidad -idealista- inmadura» entregó el Poder para que saqueen el país. Y esto a sido una recurrencia. El desmantelamiento de la red de trenes fue nuestra responsabilidad por haber votado bestias de zoológico para conducir nuestros destinos. ¿Cuando estaremos como sociedad dispuestos a asumir esto? O necesitamos seguir con la autodestrucción para abrir los ojos?. Cuando escucho estos comentarios veo que nos cuesta mucho despertar.
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Muchas gracias por el comentario, con un interesante aporte para seguir reflexionando.
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