En estos tiempos, dedicarse a la filosofía parece lograr una reivindicación que no siempre ha tenido, en parte porque los exponentes más representativos de la disciplina no han gozado de la más brillante salud social, siendo dueños de muchas más ideas que acciones, y encerrándose en la erudición de una mezquina inteligencia.
Tal vez, dejo de soberbias, arrebatos de superación, mucha palabra y poca ejecución, hayan alejado del común de la gente a una de las actividades más antigua de todas; aquella surgida inmediatamente después de aprenderse el lenguaje, dando así lugar a la reflexión como genuino ejercicio del pensamiento.
¿Qué pasó entre algunos siglos antes de Cristo y nuestro más volcánico presente? ¿Cómo puede ser que un quehacer tan cotidiano -nacido en las calles de Atenas- con el correr de los siglos haya quedado profundamente encerrado en las Academias y Bibliotecas europeas, para luego tratar de emerger entre circuitos y sectores que al no ignorar su existencia, se proponen apropiarse del saber filosófico para conocerse mejor a sí mismos y crecer como comunidad? ¿De qué manera podemos creer en la filosofía como una tarea colectiva que vaya de las meras ideas a la profundidad de las transformaciones, siendo eje cuestionador de diversas situaciones en las que el status quo amerita ponerse en duda?
La Noche de la Filosofía es un encuentro anual que tuvo su segunda versión consecutiva el pasado fin de semana en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí se congregaron intelectuales y personalidades destacadas de la cultura nacional e internacional, que intercambiaron maneras de ser y de pensar -sobre realidades emergentes- con multitudes de jóvenes aficionados capaces de permanecer en vilo desde la tarde de un día hasta el amanecer del otro, siendo la oscuridad iluminada una de las metáforas de esa caverna cuya intención es abandonar para lograr liberación).
Resulta interesante rescatar a la filosofía de su paraíso perdido, porque esta época lo necesita imperiosamente. Demandas de acercar culturas, comprender diversidades, reconocer al otro, aceptar debilidades, construir comunidad.
Pensar para decir, decir para hacer, hacer para transformar. Si la filosofía da lugar al (claramente distinto) acto de filosofar, entonces podremos creer que mejores mundos podrían ser posibles.
Y esa ilusión, además de filosófica, también es muy humana.