Estamos con un pie en marzo y el episodio se repite año a año: el tema de las paritarias docentes, en el centro de la escena; eje de debates, negociaciones, disputas y conflictos. También, de forzosos acuerdos, porque el costo político es alto si no empiezan las clases.
En este juego de ofertas y demandas, la realidad es preocupante; porque pone de manifiesto la poca importancia que los Estados le asignan a la educación, obviando esos principios de acuerdo avalados por la Constitución Nacional, y que tienen que ver con uno de sus principales deberes asignados.
Los gobiernos nacionales que dicen privilegiar la educación no siempre están diciendo la verdad; más aún: con sus decisiones y postergaciones no dejan de exponer a los docentes ante la aguda e injusta mirada de una sociedad que menosprecia la profesión y los alcances de un rol sobredemandado por las implicancias de una realidad convulsionada, violenta, molesta y con profundo desapego a la paciencia y los proyectos.
Los propios docentes parecen ser los únicos que tienen cabal dimensión de lo que implica ejercer su profesión; el resto, muy probablemente no tenga idea de lo que significa ese trabajo, y por eso cobran relevancia imaginarios sociales destinados a denigrar a un sector de la población que tiene a cargo los destinos del presente y porvernir de un país en permanente desarrollo.
No es fácil ser docente en un complejo entramado de adversidades: cada vez más obligaciones y menos derechos, sueldos alarmantemente bajos, falta de capacitación y ausencia de políticas que fortalezcan su accionar, entre muchos otros asuntos. Si a ello le sumamos problemáticas latentes como el mal estado edilicio de las escuelas (muchas veces con goteras, sin calefacción en invierno, sin ventilación en verano, y con paredes carcomidas por el tiempo), la situación es tan triste como lamentable.
No existe vida digna si no se respeta y respalda un trabajo de interés general de la comunidad. El valor del conocimiento debe ser una política de Estado que abrace al mundo de las escuelas para que tengan su continuidad; pero no debe esperarse de ellas una solitaria revolución que acabe con todos los vicios y males de una sociedad con muchos conflictos no resueltos.
Enriquecer la profesión tiene que hacer referencia a sus condiciones materiales y simbólicas.
Por un lado, atender a los salarios desproporcionados que van en perjuicio de los docentes y otras tantas profesiones. Ninguna sociedad debería permitir que circulen cifras exorbitantes para punteros de los partidos oficiales que, como respuesta a favores en lógica de clientelismo, logran acrecentar sus arcas y darse lujos contrarios a sus esfuerzos realizados; mientras miles de maestros, por ejemplo, nunca lograrán tener su propia casa.
Por el otro, los gobiernos nacionales deben jerarquizar la profesión y sus posibilidades de ejecución, con planes estratégicos y situados que vayan más allá de las políticas partidarias del momento.
Lo cierto es que en la provincia de Buenos Aires y en otras tantas de Argentina, finalmente hubo acuerdo. Sobre la hora, en la cornisa, justo antes del comienzo de un nuevo ciclo lectivo. Más vale tarde que nunca; aunque a decir verdad, es justo a tiempo. La expectativa, ahora, pasa por entender la medida como un punto de partida para nuevas conquistas sociales y no como un factor de llegada que implique desentendimiento.
A todos los docentes que con su vocación, esfuerzo y desempeño logran dar forma a un país mejor, va un saludo solidario con el deseo de un gran año.
Foto: http://www.elpatagonico.com