El punto de partida de la presente nota está dado por un doble acontecimiento que en Argentina ha tenido masiva difusión en las últimas horas.
Por un lado, la estremecedora realidad de un hombre que en la playa bonaerense de Santa Teresita, decidió sacar a un delfín de su hábitat natural para tomarse una fotografía junto al animal.
Por el otro, el impactante recorrido de un conductor de un vehículo de alta gama, que se filmó a sí mismo por las rutas nacionales de Neuquén, forzando al extremo la velocidad del rodado, mientras se cruzaba a otros automóviles en sentido contrario y atravesaba las peligrosas curvas del camino.
Ambos sucesos, en el explosivo auge de las comunicaciones, alcanzaron una repercusión inusitada, mostrando adhesiones y rechazos, llamando la atención de una población virtual que es más proclive al escándalo que a la responsabilidad, que puede alentar o insultar, pero pocas veces se vale del uso de las redes sociales para concientizar acerca de lo sucedido.
Ultrajar a un delfín del agua es condenarlo a su muerte. Que nadie lo haya advertido ni impedido, también habla de la ignorancia de una parte de la sociedad que quiere vivir algo trascendente o curioso y se siente en condiciones de lograrlo. No hay manera de desconocer que el cuidado de la flora y la fauna tiene que ver con el resguardo de un planeta muy dañado que pide a gritos ser salvado. La defensa del medio ambiente también es un rasgo esencial de los derechos humanos, pues la naturaleza es nuestra casa.
Acelerar a fondo un automóvil sin medir las consecuencias es negar que, en ciertos casos, se tiene un arma mortal a disposición: no solamente se pone en riesgo la integridad del conductor, sino también la de terceros y la de sujetos aledaños a las de posibles víctimas.
Sacarse fotos, filmarse, violar las normas, transgredir la ley, creer que una vida sin adrenalina no vale la pena, son síntomas de un tiempo de confusiones, de la desgracia omnipotente de un hombre posmoderno saturado, vacío, sediento de grandes hazañas.
Según datos oficiales de la Asociación Civil Luchemos por la Vida, existen miles de muertos por año en nuestro país, a causa de accidentes de tránsito que podrían haberse evitado.
¿Por qué razón tanta estupidez y tanta negligencia?
¿Qué nos pasa como sociedad, que no medimos consecuencias?
¿Quién va a responder por esas acciones de unos pocos que al no prohibirse ni llamarse la atención, se legitiman muy absurdamente?
En ocasiones, nos situamos en un estado de anomia social que es alarmante, con una decadencia moral que nos empobrece.
Y así siempre, hasta que suceden esas tragedias que nos paralizan por no haber sabido, ni podido y ni querido -lo cual es mucho peor- impedirlas.
A no mirar para el costado: por acción o por omisión, a todos nos cabe algún tipo de responsabilidad.
Foto: http://www.unosantafe.com